25/8/10

3. Dolores del pasado, venganza del presente...

...¿Qué más podía hacer ahora?, afuera estaba lloviendo..

Es inevitable pensar que desde ese momento jamás volví a ir a una fiesta, por lo menos dentro del lugar donde se hacía; prefería caminar por afuera buscando pasatiempos a altas horas de la noche a pesar de la inseguridad de ese sitio, yo sólo me quedaba fijamente mirando mi muñequera, esperando a que alguien por un accidente quemara el locker donde guardo todos los trazos que hasta ese momento habían echado a perder el verdadero sentido de mi vida, y la música tal vez, pues yo nunca tuve pasión por esta.

Ese día después de la fiesta, nunca olvidaré el coraje que me trajo no poder poner atención a una torpe canción, y de esta manera se preguntarán por qué rayos seguía anotando canciones si nadie me vigilaba. Verán, mi pensamiento hacia el gobierno siempre ha sido el más repugnante y no sólo por haberme puesto este inútil trabajo, sino porque el día que mi madre estaba a punto de dar a luz, mi tío la llevó corriendo al hospital del estado. Y sí, corriendo porque el auto se lo habían llevado por haberse pasado tan sólo 6 minutos del tiempo que podía estar estacionado. Jamás se me olvidará que abajo del parquímetro decía claramente: “Tomar en cuenta, éste parquímetro se adelanta por exactos 7 minutos”. Al ver eso los oficiales, rompieron el anuncio. En fin, llegaron al hospital y cómo si fuera el mismísimo apocalipsis estaba casi vacío. Habían unas 5 personas de las cuales mi madre siempre me hablaba de un niño insoportable que hubiera matado de no ser por los testigos. En esos tiempos era necesario tomar un turno (un trocito de papel con un número), ése día una media hora antes de que mi madre llegara al hospital, el niño había arrancado 63 turnos de la dichosa máquina, y mi madre tenía el número 65. –¡Hey! ¿Qué no se da cuenta? ¿Está ciega o qué?- le gritaba a la enfermera que estaba detrás del escritorio. –Este méndigo niño tomó 63 turnos y dice tener un dolor en el estómago, ¡mientras corre haciendo destrozos por el hospital! estoy a punto de dar a luz ¡puede mandarme al quirófano ahora, o le juro que se queda sin ojos por ciega!- - Lo siento señora, son las reglas establecidas en el hospital, tiene que esperar su turno. Amm mire va en el 32, ya casi llega no desespere.- -¿¡¡¡Que no desespere!!!? ¿No puede simplemente apretar el botón para cambiar el número?- (mientras, mi desobligado tío la veía con ojos jadeantes y sin decir nada al respecto). –No señora, le repito son las reglas, además no puedo hacer nada porque la pantalla cambia los turnos cada 10 minutos, por favor tome asiento y espere-. De no ser porque mi tío la veía, mi madre hubiera hecho papilla a la enfermera cuando se intentó lanzar sobre ella. Fueron los 30 minutos más largos de la vida de mi madre (quizás también los míos), y sí, 30 minutos porque al pasarlos no soportó más y entró desesperada a buscar al doctor. No tuvieron otra opción, a mi madre ya se le había roto la fuente.

Muchos dirían que debería agradecerle eternamente a mi madre por haber hecho eso, pero ¿en verdad lo hizo por mí o por su dolor? Y es que luego de eso, hacía falta de anestesia, le practicaron una cesárea. Así es, ella sintió absolutamente todo lo que le era un bisturí atravesando su abdomen hasta que llegó otra enfermera a surtirle un poco tarde al doctor.

Odio al gobierno, porque por su culpa mi madre me odia. No tuvo que pasar mucho luego de esto para que mi enojo fuera aún más grande y clavara el lápiz en la muñequera rozando mi piel, y haciéndome sangrar por minutos, pues como era de esperarse el lápiz no cortó la vena. Luego de eso entendí que yo tenía una misión, y era hacer cualquier babosada que pedían, para que cuando llegara el día de entregarle las miles de navajas que me hacían desdichado, las quemara en su funesta cara.

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