30/1/11

4. Demencia...

CAPÍTULO II
-¿Su hijo tiene problemas emocionales?-

-No lo creo, últimamente no ha ido al trabajo pero…-

-Disculpe, permítame llamar a la enfermera para retirarle el suero-

Borroso, mal enfocado, triste panorama el mío. Abrí los ojos y lo único que veía era una luz que parpadeaba sin ritmo, y sobre todo molestaba mi vista. Estaba mi madre y entraba una enfermera con aires de enojo a quitarme de una vez el suero.

-¡Auuu!-

-¿Auuu? Fue lo mismo que dijiste cuando te clavaste el lápiz ¿cierto?-

-Ja- qué risa tan más frustrante la de ese calvo doctor –Hijo, no entiendo cómo clavarte un lápiz en la muñeca acabaría con tu dolor-

-Mire, ni me hable de dolor que usted no tiene la más remota idea de lo que he vivido, ¿ve usted esta muñequera llena de palitos?, ¿me la pasas mamá?-

-¿Qué, estás ciego? La tienes en la muñeca, le pedí al doctor que no te la quitara. Le expliqué de tu situación, ¿te parece o no?-

Sentí que el mundo se postraba sobre mi espalda pidiendo llevarle en un itinerario de kilómetros. Sólo volteé con miedo a mi muñeca derecha, que sostenía la enfermera, quien por cierto me veía anonadada de mi situación.

-La vendaré joven Douglas- puso el vendaje cuidadosamente y se retiró en silencio.

Ni una palabra, ni un eco expulsado por mi boca. ¿Cómo podía yo cometer tal desliz? Ni siquiera había clavado el lápiz en la miserable muñequera, estaba seguro que el lápiz estaba en mi mano derecha. El doctor y mi madre me dieron un último vistazo y salieron callados. Mi madre como era de esperarse hizo un gesto estrujador y azotó la puerta fuertemente.

-Quizás tuve un momento de odio y paranoia- pensaba mientras veía aterrado mi muñequera intacta y con unas cuantas marcas de la semana. – ¡No! Sería tonto volverlo a intentar, sería como un crimen refrito por el fracaso del anterior. Soy la persona más inútil en este mundo-

Fue ahí donde entonces comencé a recapacitar mi mente y alejarla de lo innecesario. Nunca había sido lo suficientemente fuerte como para dejar de anotarme raya tras raya. Unos 21 años de mi vida desperdiciados en basura. Un completo adefesio de persona incapaz de no defenderse a sí misma. -¡Doy asco!- me repetía iracundamente.

Me arranqué la porquería y por primera vez escuché decir a mi madre algo más o menos congruente.

-Más de 20 años, y al fin eres capaz de hacerlo, ¡ja! Finalmente te das cuenta que eso no era con el fin de hacerte sufrir o más probable, estuviste cerca de hacerlo- Qué confusión la mía. Intrigas y fallas, puras fallas.

Eso para mí fue como un “Puedes deshacerte del instrumento y dejarlo donde más te plazca”, así que una vez que mi madre y yo platicamos por aproximadamente unas dos horas y media, tomé la muñequera y la arrojé al cesto de basura repleto de guantes de látex.

–A ver si ahí la buscan cuando vengan por sus estúpidas estadísticas- me dije a mi mismo, mientras veía un molde de la muñequera en mi brazo como cuando se marca un traje de baño en tu piel por el sol.

¡Ya era otro! Dejaría esa estúpida y patética actitud que llevé cargando en mi mente por años, ni siquiera estaba dispuesto a ponerme a pensar por qué razón lo había hecho. Quizás fue por lástima a mi madre o como muestra de venganza, no, no iba a pensar más en aquello.

Decidí entonces pedirle a mi madre un obsequio. Nunca pido regalos ni favores a mi madre así que accedió, y me compró un humilde pero pasable radio FM portable-debo decir que el color no me gustó pero era el único que había-, y todo el camino de regreso en transporte público, fui escuchando una muy buena estación que reproducía canción tras canción. Llegué a mi casa y abrí mi locker. Todo lleno de papelitos amarillentos, ya de lo viejos que estaban, con los géneros más escuchados, las piezas y en dónde, y por supuesto el conteo de cada una. Debo decir que no era tan fácil como sonaba-¿qué digo? Si ya todo era más sencillo desde ahora-, no sólo se conformaban con cuatro rayas y una cruzada entre ellas, sino que antes de dormir me disponía a escribir dónde exactamente escuché tales sonidos.

Cogí una bolsa de basura gigante y guardé todos y cada uno de los papelitos ahí dentro, luego metí la bolsa debajo de la cama para cumplir luego con uno de mis caprichitos de venganza. Me recosté en la cama y comencé a escuchar radio, no sé si fue un error o ajeno a lo que pasaría; pero bastó con abrir mis ojos y alcanzar el reloj de izquierda, para ver que mi muñeca tenía unas veinticinco marcas. Algunas de ellas con una pequeña costra, y otras con una chiquilla gota de sangre escurriéndoles sínicamente.