6/8/14

Sin título

Hoy, amanecí encrespado en mi colchón.  Bronceado por la luz que se cuela a través de la rendija que adorna mi rota y poco diáfana ventana, agradecí haber despertado un día más. Ya van aproximadamente cinco meses desde que la fiebre apareció y en el mundo, ni los burócratas y/o pederastas, ni automovilistas o peatones, se han escapado. No pertenezco al rebaño que despierta orando para que el ya antes enfermizo e hipócrita terreno de proporciones planetarias, regrese a ser el mismo; es por esto que yo, me he hecho el propósito de hacer la bitácora de cuanta noticia salga a la luz, o de cuanta noticia emane de la mismísima lobreguez del infierno.  

Hoy en la madrugada, el mismo grupo de hombres caucásicos me corretearon hasta la esquina de la avenida Estoraque, y tal fue mi desesperación que llamé al muchacho que me ayudó el otro día,  aunque no tuve suficiente crédito. Él vino.

Ya no radica en mí el mismo periodista que competía con sus colegas en montar la nota amarillista más impactante y ganarse la primera plana, para luego poder ir a beber una cerveza ligera con el jefe y ganarse el ascenso; ahora soy relativamente peor.  Me permitiré hacer una cita narcisista de esta bitácora para los inciertos que abran el cuaderno en esta misma página- 

He perdido el empleo. Los hombres cegados por Morfeo, castrados por la pereza del saber y la eutanasia temporal del mismísimo destino, están siendo tratados en los hospitales de alta alcurnia, para aquéllos que sus calzones son incapaces de lavar, y a muchos otros, en los hospitales públicos y gratuitos. Ningún médico me ha resuelto dudas, únicamente –así como si todos de memoria lo recitaran- concluyen en que los pacientes fueron inducidos al sueño súbitamente, y sin causa aparente. (7-2-9)


El casi indescifrable sujeto me proporcionó el reporte sobre muerte, así como acta de defunción de la tercera víctima. El documento presenta que se logró encontrar restos de la misma sustancia que en el teléfono público.  Es una breve conjetura, que no ha diferido de los otros dos difuntos. Aún no se reportan casos en animales. (18-9-7)

La enfermedad inmunda, ha despertado –figarutivamente- en muchos la idea de mutación. Todavía en el mes anterior las personas no despertaban luego de doce recomendadas horas de sueño ; hoy en día, el opio mental que ni el cuerno de Hipnos hubiera alcanzado a la multitud del siglo XXI, hace que los profesores se desvanezcan a media clase, los automoovilisstas se duerman a la mitad del peligroso crucero, los pilotos descansen a medio vuelo, o los amantes a la mitad de un beso de despedida.

Me encuentro en el dilema, erosionado seguremante  por mi constante pensamiento en él, de si debo dirigirme al sureste del  del país  a notificarle de mis recientes des cubrimientos a ________________ ya que pongo en riesgo mi vida, y sumamnte atesorada informacionnn –con esto me refería al mencionar mi fracaso como periodistacerdo cobarde- del que El dejk de al señorita de la semana psada me comunicó.

La madrugda fue larga y eo sueño corto. Mr proponfre continuar con mi bitacor lyego de una  brebve siest, e
                                                                                                             

                                                                                                                                                         63


5/11/13

Me llamo.

Se ve fuerte. Carácter rígido y garboso a la vez. Ridículo. Moldeable pero reacia. Onírica. Pero con ese cándido e iluso pensamiento, que superficialmente niega, pero en el interior anhela con todo el corazón. Tonta.

25/8/13

Rutina

Ese día te levantas como de costumbre a las 6:46 am. Prefieres el número seis al cinco, de este modo te preocupas por no ver el cinco en tu reloj digital -de Taiwán porque aborreces la tecnología de tu país- y así, consciente te pones de pie a la izquierda de tu cama. Te percatas de lo blanco de las sábanas. Esa obscena blancura a la que te quedas contemplando como si en cualquier instante retozara a tu rostro a cavar efusivamente en la cuenca de tus ojos y así llegar a acoger a cada una de tus neuronas. Retornas de tu despegue de ideas matutinas fuera de lo común y te propones bañarte hoy porque tus muñecas cada vez más tienen encarnadas esas costras de suciedad, que te arde arrancar y que muchas veces recurres al tenedor de tu vajilla -ésa que ganaste en un concurso mitotero- mientras comes para hacerlo, porque te repugna comer con las muñecas sucias, pero no con el cubierto sucio. 

Te bañas. Te vistes y atiendes. Atraviesas la sala -que por cierto tiene restos de ceniza de cigarro camuflajeados con el estampado grisáceo de los sillones- y vuelves a encontrar el mismo contenedor de pastillas que como cada mañana encuentras organizadas por día, color y hora. Hoy no las tomas. Te sientes inspirado y motivado para arrancar con la sonrisa de cada miércoles, porque sabes que le verás en la tarde con ese vestido rojo que tanto te excita puesto en su esbelta silueta de caderas voluptuosas y exquisitas -ahora que lo piensas, el vestido es blanco-. Optas por el transporte público para evitar la fatiga del tráfico y del parquímetro. Subes a un camión destartalado y te enganchas al tubo como si alguien quisiera arrebatártelo. Te aferras porque te espeluzna el hecho de pensar que puedes morir en un accidente automovilístico. Antes de bajar saludas a un niño con un guiño. Le pellizcas el brazo izquierdo, le escupes a su madre y pulsas el botón rojo para exhortarle al conductor que pare el camión. Bajas y te despides del niño lanzándole un beso. Te sientes jocoso y festivo.

Estás en tu oficina. Como de costumbre la secretaria del gerente tiene las medias guangas y te incomoda. Bebes de tu taza de café descafeinado con cuatro cucharadas de azúcar -te gustan las cosas empalagosas-. Caminas alrededor de tu escritorio pensando. Piensas que piensas y cuando menos lo piensas, todos están aglutinados al cristal vigilándote y mofándose cínicamente. Te pasmas y la definición de microsegundo se reduce al tiempo que tardaste en lanzarles la taza en la cara. Esperanzado creías romper el cristal, pero no, rompiste sus caras -sus deformes caras-. En verdad querías ver roto el cristal.

Es la hora del almuerzo, habías aguardado toda la mañana para comer tu psicolabis. Sales de tu oficina y todos te abuchean; de todas formas te es indiferente pues lo cabizbajo nunca se te ha dado. Ya en el ascensor pulsas todos los botones porque quieres hacer un poco de tiempo a propósito. Todos lo van a gozar. Se abren las puertas en cada piso y gritas maldiciones en hebreo y dálmata. Llegas a la planta baja y justo después de dar tres volteretas le clavas una pluma -fina y caligráfica- a la recepcionista en el esternón, la subes haciendo una incisión más o menos de unos catorce centímentros y te percatas del color de la tinta. Ya no es azul, es violeta. Huyes despavorido porque seguramente despedirán al que hizo ese fárrago y despilfarro de tinta -hoy en día, la tinta azul es la más cara y cotizada del mercado-. Te limpias con la falda blanca del policía de la puerta y le das un beso en la mejilla: Te veo en la noche, le susurras al oído y lo lames con satisfacción. Sales pirueteando -¡Por fin la hora del almuerzo!- vociferas en la calle. Te convulsionas.

Otra vez terminaste en el hospital, pillete. ¿Cuántas veces te han repetido que el almuerzo es hasta las dos de la tarde pero siempre te atrasas un minuto? Suena la alarma. 6:46 am. Otra vez ese cuarto albugíneo y lechoso. Otra vez atado de las muñecas. 



Nelly González Guadarrama

18/11/12

Palabrería.

Amor, causa de simbolismos e idealizaciones en el humano y sobre otras materias pútridas y superficiales. Amor, causa de mil y un males y de humanos iracundos. 

Amor; burdo, trágico, violento, fatal, breve, tergiversado, malinterpretado, vendido, comprado, sin sentido, un delito, y encima, sin significado.

Amor, el enemigo más amado por la soledad. Y la soledad, el amor platónico de la libertad.

7/10/12

Futuro no muy lejano.

Macabra escena. Tenían los ojos amarillentos, desubicados y salientes de sus cuentas. Sus narinas dilatadas desmesuradamente permitían ver las costras de sangre impregnadas en las paredes nasales de una forma vomitiva y repugnante. Algunos de ellos tenían una especie de par de hoyos solamente para emitir alguna exhalación. Los labios leporinos, deshidratados y cuarteados de tal forma que pareciera la boca fuera de cartón corrugado, eran de un color sepia y verdoso. De estos, muchos abundaban. También podía visualizar la dentadura - si es que así le puedo nombrar- casi negra debido al sarro acumulado en meses o años quizá. Incompleta por supuesto, y con un tremendo y pestilente olor a putrefacción mortuoria. Los muñones se balanceaban o tomaban objetos. Algunos ya engangrenados, frescos y sanguinarios, que podían llegar al antebrazo, muñeca, o bien simplemente un hombro solitario vomitando sus fluidos. Me pareció ver algunos suertudillos con enfermedades genéticas -por así decirlo- no tan batientes y terribles como las deformaciones antes mencionadas. 

Me trajo una servilleta sostenida por sus premolares ubicados desfavorablemente al frente de su mordida. La colocó sobre mi mesa y con dificultad para pronunciar me exhortó a comenzar mi cena. Qué fortuita cena. Se abrió el portón de metal con una contraseña hecha con maña y buena memoria. 

-Ya lárgate adefecio. Hoy en día señorita Núñez, estos malparidos cuestan una lanota. Imagínese cuánto cuestan los 21. ¿Cavernet está bien?-   

7/9/12

Desasosiego


(Parpadea) 



Se me propagan en la mente millares de pensamientos a la vez...


¡Ay! Ojos más insondables jamás he sido más dichosa de ver. Desafortunada, o afortunadamente. Te planteo que tomes el tiempo necesario para explicarme cada una de las acciones que llevas a cabo y que suscitan tal tempestad en mí. 

Un par de días me ofreces tus rimas, otro par, me las arrebatas. Otro más, me las regalas con tal finura. Si tan sólo pudiese quebrantar ese misterio que se esconde en tu mirada recóndita, en tu actitud inquebrantable. Si tan sólo matase esta pusilánime alma, que no me permite generar vocablo alguno para describir el efecto confuso que proliferas en cada palabra que me arrojas. Si tan sólo fuera capaz de saber qué visualizas cuando me observas.


¡Ay! Vida mía, me encuentro encerrada en mi propio laberinto, en mi propia creación. Explícame cómo es que no soy capaz de aceptar que ha rebasado cada mínima expectativa, con excepciones insignificantes. Esa labia, ese tan mencionado modo de mirar. Y lo más estruendoso, ése, mi pesar; lo que más descorazona este cuerpo, es que en sus ojos, ¡Ay! Tan bello par de ojos. En su expedita mirada... no me soy capaz de hallar... 

5/8/12

Pero sí.

Yo me contemplo día a día, ¿será que no me creo mi agonía?
Yo me miro al espejo, ¿será que no asimilo mi reflejo?
¿Será que estas rimas son más usadas, que la palabra "Amor"?
¿Será que no tengo las agallas para enfrentar mi estertor?
Este orco de ilusiones, este manto de fracasos.
¿Será que no puedo superarme sin atajos?

Pero no.
Yo no tengo un cuerpo tan bello, como el gallardo curvado de una sierra.
Yo no tengo olor tan agradable, como el afable aroma de un rocío.
Yo no tengo ojos tan hipnóticos, como el magnetizo cielo estrellado de un desierto.
Yo no tengo melena tan cautiva, como la embelesada caída del cabello de un sauce.
Pero sí.


10/7/12

Y lo que te faltó.


"...En otras noticias les informamos que esta mañana fueron encontrados tres cadáveres a lo largo de la calle de Morriña en la colonia Mozo. Junto a ellos yacía el homicida quien sorprendentemente había llamado a la policía por sí mismo y denunciar su delito..."


-

Rápidamente y de manera brusca dejé mi mochila sobre el sofá con esa funda que tanto aborrezco. Un color opaco, sin chiste, que sólo ocultaba la posible belleza y el porte de mi sillón. No pensaba en nada más que en mí; que en mi aflicción, mi pensar -y esa estúpida funda-, la turba mórbida dentro de mis costillas, contrayendo mi respiración. No era una emoción fortuita ni nada por el estilo; simplemente era algo que se había venido hacinando poco a poco, paulatinamente en mi torso. Me senté, me torné púrpura. Mis pestañas se fundieron y fui capaz de imaginar todos los argumentos que pude haber implementado en ese momento. Burdo, inútil, temeroso mi fundamento, pero la voz era grave y con ímpetu, tanto así que en poco tiempo esa discusión se convirtió en una jauría de perros ladrando, escupiendo mierda en cada uno de sus sonidos emitidos. Alentando esa malquerencia, esa animadversión.

Tranquila, me dije, ¿Cuántas veces no has pasado por esto ya? ¿Cuántas veces más me faltan por presenciar? Incluso recordé un comentario de parte de mi tío cuando en una plática con él en una de esas comidas inservibles con la familia que sólo se prestan a criticar a los que no pudieron asistir, me dijo, "Y lo que te falta sobrina, Y-LO-QUE-TE-FALTA..." ¿Cómo "y lo que te falta"? ¿Qué se cree ese haragán? ¿Que me voy a estar cargando la piedra como Sísifo hasta el sexto Sol? Me dispuse a tomar un vaso de jugo de naranja y lo arrojé al fregadero una vez terminada la...

-¿Así que tomaste jugo de naranja?-

Sí, bueno, una especie de combinación con agua de jamaica. Siempre me ha gustado degustar nuevos sabores. Dejando eso de lado, ya estaba hastiada. Era de las escasas ocasiones que estaba sola en casa, y que podía hacer lo que me placeare; cantar en voz alta sin que una segunda voz chillona y de pito me criticase aunque yo cantare bien, o quizá darme el placer de masturbarme haciendo cuanto ruido me gustase. Pero esta vez no era así, ni siquiera tenía la más mínima intención de encender el televisor o ajustarme unos audífonos al oído para escucharme una buena pieza instrumental. Me quedé dormida hasta el amanecer y...

-¿Con que frecuencia lo hacías?-

¿Qué? ¿Dormir? ¿Diario, unas 6 horas?

-Masturbarte-

Y eso a qué...

-¿Con qué frecuencia?

¡No sé! ¿Unas tres veces a la semana? ¿Puedo proseguir?

-Adelante-

Abrí mis ojos, con una especie de apremio como si una alarma hubiera sonado dentro de mi tímpano para despertarme, eran justo las 8:24am. Por suerte estaba bien, y con la misma ropa del día anterior, mirando ese techo húmedo y mal colocado que siempre me aterró cayera sobre mi cama, o ¡sobre mí!. Pero como a mi madre nunca le importó arreglar mi cuarto, me acostumbré a la idea de morir en un terremoto por ese maldito techo amarillento, que a decir verdad, después de cierto tiempo me fue indiferente. Era momento de lidiar con mi dualidad, o mis dualidades, o cuantas existiesen, aunque a eso ya no se le nombre dualidad. Todo el tiempo presentes en cada decisión de mi rumbo. Son como mi pierna izquierda, o la derecha. Presentes a cada paso. 

Lloré un momento, porque sabía que ese no era un día depresivo, porque sabía que no era como los otros lunes en los que podía acabar con mi vida fácilmente y olvidarme de discutir con una familia que ha sido más que inútil en mi vida precoz. Esta vez, sería diferente, contemporáneo. No buscaría esa navaja con forma de atajo, y un encendedor para esterilizarla. ¿Para qué morir yo? Muerta en vida, ya estoy. ¿Para qué desangrar poco a poco mi organismo, si puedo desangrar el organismo de aquél que me ha matado primero? Mi sangre es espesa y sin color. 

Ese día, me maquillé de rojo escarlata. Esperé a su llegada. Y terminé por crearme otras 3 personalidades.