"...En otras noticias les informamos que esta mañana fueron encontrados tres cadáveres a lo largo de la calle de Morriña en la colonia Mozo. Junto a ellos yacía el homicida quien sorprendentemente había llamado a la policía por sí mismo y denunciar su delito..."
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Rápidamente y de manera brusca dejé mi mochila sobre el sofá con esa funda que tanto aborrezco. Un color opaco, sin chiste, que sólo ocultaba la posible belleza y el porte de mi sillón. No pensaba en nada más que en mí; que en mi aflicción, mi pensar -y esa estúpida funda-, la turba mórbida dentro de mis costillas, contrayendo mi respiración. No era una emoción fortuita ni nada por el estilo; simplemente era algo que se había venido hacinando poco a poco, paulatinamente en mi torso. Me senté, me torné púrpura. Mis pestañas se fundieron y fui capaz de imaginar todos los argumentos que pude haber implementado en ese momento. Burdo, inútil, temeroso mi fundamento, pero la voz era grave y con ímpetu, tanto así que en poco tiempo esa discusión se convirtió en una jauría de perros ladrando, escupiendo mierda en cada uno de sus sonidos emitidos. Alentando esa malquerencia, esa animadversión.
Tranquila, me dije, ¿Cuántas veces no has pasado por esto ya? ¿Cuántas veces más me faltan por presenciar? Incluso recordé un comentario de parte de mi tío cuando en una plática con él en una de esas comidas inservibles con la familia que sólo se prestan a criticar a los que no pudieron asistir, me dijo, "Y lo que te falta sobrina, Y-LO-QUE-TE-FALTA..." ¿Cómo "y lo que te falta"? ¿Qué se cree ese haragán? ¿Que me voy a estar cargando la piedra como Sísifo hasta el sexto Sol? Me dispuse a tomar un vaso de jugo de naranja y lo arrojé al fregadero una vez terminada la...
-¿Así que tomaste jugo de naranja?-
Sí, bueno, una especie de combinación con agua de jamaica. Siempre me ha gustado degustar nuevos sabores. Dejando eso de lado, ya estaba hastiada. Era de las escasas ocasiones que estaba sola en casa, y que podía hacer lo que me placeare; cantar en voz alta sin que una segunda voz chillona y de pito me criticase aunque yo cantare bien, o quizá darme el placer de masturbarme haciendo cuanto ruido me gustase. Pero esta vez no era así, ni siquiera tenía la más mínima intención de encender el televisor o ajustarme unos audífonos al oído para escucharme una buena pieza instrumental. Me quedé dormida hasta el amanecer y...
-¿Con que frecuencia lo hacías?-
¿Qué? ¿Dormir? ¿Diario, unas 6 horas?
-Masturbarte-
Y eso a qué...
-¿Con qué frecuencia?
¡No sé! ¿Unas tres veces a la semana? ¿Puedo proseguir?
-Adelante-
Abrí mis ojos, con una especie de apremio como si una alarma hubiera sonado dentro de mi tímpano para despertarme, eran justo las 8:24am. Por suerte estaba bien, y con la misma ropa del día anterior, mirando ese techo húmedo y mal colocado que siempre me aterró cayera sobre mi cama, o ¡sobre mí!. Pero como a mi madre nunca le importó arreglar mi cuarto, me acostumbré a la idea de morir en un terremoto por ese maldito techo amarillento, que a decir verdad, después de cierto tiempo me fue indiferente. Era momento de lidiar con mi dualidad, o mis dualidades, o cuantas existiesen, aunque a eso ya no se le nombre dualidad. Todo el tiempo presentes en cada decisión de mi rumbo. Son como mi pierna izquierda, o la derecha. Presentes a cada paso.
Lloré un momento, porque sabía que ese no era un día depresivo, porque sabía que no era como los otros lunes en los que podía acabar con mi vida fácilmente y olvidarme de discutir con una familia que ha sido más que inútil en mi vida precoz. Esta vez, sería diferente, contemporáneo. No buscaría esa navaja con forma de atajo, y un encendedor para esterilizarla. ¿Para qué morir yo? Muerta en vida, ya estoy. ¿Para qué desangrar poco a poco mi organismo, si puedo desangrar el organismo de aquél que me ha matado primero? Mi sangre es espesa y sin color.
Ese día, me maquillé de rojo escarlata. Esperé a su llegada. Y terminé por crearme otras 3 personalidades.